Experiencias

Rodolfo Salas: Facilitador y potenciador sobre conocimientos de liderazgo, estrategia, marketing y gestión de los negocios.

Fortalezas: Dirigir, inspirar e integrar a otros con una gran energía, Aceptar cambios de forma positiva, Desarrollar relaciones con otros, Ser más visible y Tener un alto grado de compromiso.

miércoles, julio 05, 2017

Agilidad Emocional II. Las Emociones Negativas


Susan David, en su libro “Emotional Agility”,  plantea que el proceso de alcanzar agilidad emocional presenta cuatro pasos esenciales. El primero: MOSTRAR, que hemos comenzado a analizar en una entrada anterior, implica contemplar nuestros pensamientos, emociones y comportamientos con curiosidad y cariño.

Entre las emociones básicas la ira, la tristeza, el miedo, la indiferencia y la repugnancia o desdén, reflejan la parte oscura de la experiencia humana, pero tienen una finalidad por lo que no deberíamos evitarlas sino aceptar que pueden jugar un papel útil, aunque incómodo en nuestras  vidas.

El problema surge porque aprender a aceptar y a vivir con todas nuestras emociones, sean positivas o negativas, no es lo que la mayor parte de nosotros hacemos, sino que utilizamos comportamientos que esperamos nos ayuden a esconder nuestros sentimientos negativos para no tener que hacerles frente o nos asentamos en ellos luchando por superarlos o intentamos abordar las emociones difíciles a través del cinismo o la ironía o procuramos ignorarlos con la esperanza de librarnos de ellos. Con esta conducta la víctima real termina siendo nuestro bienestar.

David clasifica a las personas según sus reacciones ante las emociones negativas como:

1.- “Embotelladoras”. Tratan de liberarse apartando las emociones a un lado y siguiendo adelante con su vida. Procuran aislar estos sentimientos porque les resultan incómodos o les distraen o porque creen que si no se muestran siempre positivos estarán demostrando debilidad y conseguirán alienar a los que les rodean. Si por ejemplo pertenecemos a este grupo y odiamos el trabajo que tenemos que hacer intentaremos racionalizar nuestros sentimientos negativos diciéndonos a nosotros mismos que a l menos tenemos un trabajo.

El problema al “embotellar” nuestras emociones es que al ignorar aquellas que nos resultan inquietantes no procuramos llegar a la raíz de lo que las está ocasionando y por tanto la causa se va a mantener.

Otro aspecto de este comportamiento es que al tratar de pensar de forma positiva para expulsar a los pensamientos negativos de nuestra cabeza lo único que estamos consiguiendo es amplificarlos, como demuestran numerosas investigaciones. Las emociones suprimidas van a aflorar de forma inesperada, como por ejemplo, si estamos enfadados con un familiar pero intentamos eliminar este sentimiento, es posible que en cualquier reunión familiar, tras una copa de vino, dejemos escapar un comentario desagradable sobre él y ocasionemos un drama familiar. Por tanto, puede tener un efecto negativo en las relaciones: “Acabamos de tener una gran discusión y se va al trabajo como si nada hubiese pasado. No le importa nada” puede ser el comentario de la atribulada pareja de un “embotellador”.

2.- “Rumiadoras”. Cuando se enfrentan a  sentimientos incómodos se enganchan en su miseria, dándole vueltas constantemente, obsesionándose con cualquier percepción de daño, fallo, defecto o ansiedad. Se puede considerar como un fenómeno muy relacionado con la preocupación. Los dos son comportamientos egocéntricos pero mientras la preocupación mira hacia delante, “rumiar” mira hacia atrás y hace que se pierda la perspectiva llegando a convertir pequeños inconvenientes en montañas y desaires sin importancia en crímenes capitales.

Los “rumiadores” tienen una ventaja sobre los “embotelladores” y es que al menos en sus intentos de resolver sus problemas se muestran conscientes de sus emociones. El riesgo es que éstas se desborden y les ahoguen. Comparten con los segundos el tener normalmente buenas intenciones con su comportamiento. Al rumiar sobre los sentimientos conflictivos experimentamos una falsa sensación de esfuerzo consciente y de que realmente queremos gestionar nuestra infelicidad o aprender a manejar situaciones complicadas por lo que debemos pensar sobre ellas una y otra vez y finalizamos sin solucionar el problema origen de nuestro malestar.

Otro efecto negativo es que hace que tengamos una mayor tendencia a culparnos a nosotros mismos haciéndonos preguntas del tipo: ¿Por qué reacciono siempre así? o ¿Por qué no puedo manejar esta situación mejor?, lo que determina que utilicemos una enorme cantidad de energía intelectual, lo que resulta agotador e improductivo.

No es con frecuencia una actividad solitaria ya que con frecuencia compartimos nuestras quejas con las personas más cercanas, por lo que pueden terminar volcando todas sus emociones sobre ellas y al centrarse exclusivamente en ellos mismos los “rumiadores” pueden terminar solos y frustrados  por agotamiento de los que les rodean.

También, corren el riesgo de caer en la trampa de la ansiedad sobre sus “miserias” y terminar preocupándose porque se están preocupando. En psicología al igual que existe un Sistema 1 y un Sistema 2 de pensamiento existen pensamientos que podemos describir como del:

a).-  Tipo 1. Corresponden a las ansiedades normales que surgen al enfrentarnos a los obstáculos cotidianos normales que nos encontramos en nuestro camino: un proyecto complicado en el trabajo, problemas con los hijos,….Se expresan con facilidad y son directos: “Estoy preocupado por ….”,  “Me encuentro triste por…..”

b).-  Tipo 2. Los pensamientos de este tipo comienzan cuando entramos en la casa mental de los espejos y empezamos a detenernos en pensamientos que no nos ayudan sobre nuestros pensamientos: “Me preocupa que me preocupo demasiado” o “Estoy estresado por la posibilidad de estar estresado”, por ejemplo. A estas emociones inquietantes les unimos el sentimiento de culpa por sentirlas: “No sólo estoy preocupado por…. o triste por …..sino que pienso que no tengo derecho a estarlo”. Nos enfadamos ante nuestro enfado, nos preocupamos ante nuestras preocupaciones y nos sentimos infelices ante nuestra infelicidad.

Ninguna de las dos estrategias mencionadas nos facilitan sentirnos sanos o felices ya que no van directamente a la raíz de nuestras complicadas emociones, pero pueden ser útiles utilizadas en algunas ocasiones, por ejemplo si surge un problema sentimental el día antes de un examen es mejor apartar las emociones para poder concentrarnos en el estudio.

“Embotellar” y “rumiar” no son las únicas formas improductivas que utilizamos para hacer frente a las dificultades. Otra estrategia común consiste en la creencia en que todo irá bien si somos capaces de seguir sonriendo. Entre los efectos no beneficiosos de mantener esta idea  tenemos:

a).- Las personas con altos niveles de felicidad en ocasiones exhiben un comportamiento más rígido porque nuestro estado de ánimo influye en la manera en que el cerebro procesa la información y cuando sentimos que la vida es maravillosa y el entorno es seguro y familiar tendemos a no pensar demasiado sobre nada que resulte retador. Este hecho ayuda a explicar la razón por la que las  personas muy positivas pueden llegar a ser menos creativas que aquellas que tienen un nivel más moderado de emociones positivas.

b).- Las personas que se encuentran en este estado de felicidad en el que todo es maravillosos suelen llegar a conclusiones rápidas y a recurrir a estereotipos con más frecuencia. Los “felices”  con frecuencia conceden un énfasis desproporcionado a la primera información que reciben y desechan o minimizan los detalles posteriores, lo que les puede conducir a caer en el “efecto halo” por el que por ejemplo decidimos una persona mayor que viste con un traje y corbata es más fiable que una más joven que viste informalmente.

c).- Las personas con un estado de ánimo no tan ”feliz” suelen ser más escépticas y menos confiadas con lo que se sienten menos dispuestas a aceptar las respuestas fáciles y las falsas sonrisas.

La paradoja de la felicidad es que su búsqueda deliberada es fundamentalmente incompatible con la naturaleza de la felicidad en sí. La verdadera felicidad surge cuando realizamos actividades que nos enganchan por ellas mismas y no por una motivación extrínseca. Esforzarnos por ser felices genera una expectación que en ocasiones no se cumple como ocurre en ocasiones con vacaciones muy esperadas, por ejemplo.

La autora plantea que aunque estar con un estado de ánimo malo no es divertido y que no resulta saludable recrearnos constantemente con emociones negativas, éstas si se presentan con moderación, pueden llegar a tener estos efectos positivos:

1.- Ayudarnos a formar argumentos. En estas situaciones es más usual que procuremos utilizar información concreta y tangible y caigamos en menos errores de juicio y distorsiones.

2.- Mejorar nuestra memoria. Se  ha podido observar en distintos estudios que cuando no estamos en un estado de ánimo muy positivo tendemos a no dejar que nuestra memoria se corrompa por la incorporación de información que pueda conducir a error o que nos fijamos más y recordamos más cosas de una tienda, por ejemplo, en los días fríos y nublados que en los soleados y cálidos en los que nuestro estado de ánimo suele estar más elevado.

3.- Fomentar la perseverancia. Si nos encontramos bien no solemos tener la necesidad de esforzarnos más. Se ha comprobado que en pruebas académicas los individuos que tienen un estado de ánimo más sombrío intentarán responder a más preguntas y a hacerlo correctamente que los que se encuentran más alegres y con más seguridad en sí mismos.

4.- Hacer que seamos más educados y atentos. Cuando las personas se encuentran en momentos poco “exuberantes” se muestran más cautos y considerados y es más frecuente que se impliquen en una imitación social no consciente por la que reflejamos y adoptamos los gestos y el habla de la otra parte sin saberlo. Este comportamiento incrementa la posibilidad de establecer lazos con los demás. Por el contrario cuando nos sentimos muy bien somos mucho más asertivos lo que con frecuencia supone que nos centramos más en nosotros y podemos ignorar lo que los demás nos pueden ofrecer o están padeciendo.

5.- Considerar la justicia. Las personas que se encuentran en un estado de ánimo negativo con frecuencia prestan más atención a la equidad y justicia y  se encuentran en una situación más propicia para rechazar ofrecimientos injustos.

6.- Dificultar que caigamos en el prejuicio de la confirmación. Parece ser que cuando estamos enfadados caemos en una mentalidad de acorralar a la oposición que fomenta el que exploremos la perspectiva del contrario para poder aplastarla e irónicamente de esta forma dejamos la puerta abierta a ser persuadidos ya que podemos encontrar que la parte contraria puede tener razón.

Pretender ser más felices de lo que nos sentimos es inútil ya que:

a).- Plantea expectativas imposibles de alcanzar.

b).- Nuestras falsas sonrisas y ansía de aferrarnos a los supuestos placeres evitan que experimentemos los beneficios de nuestras emociones negativas.

Frecuentemente es cuando nos sentimos noqueados que afloran los detalles más sutiles pero importantes en nuestras vidas. Por ejemplo la tristeza puede ser una señal  de que algo va mal y de que debemos encontrar otros medios de salir adelante que pueden pasar por recibir ayuda de los demás. Las señales externas de tristeza pueden indicar a los que nos rodean que necesitamos su ayuda.

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